sábado, 10 de noviembre de 2012

Los Sufrimientos Del Joven Werther

(FRAGMENTO)
(...) ¡Infeliz! ¿No eres un loco? ¿No te engañas a ti mismo? ¿A donde va esa tumultuosa pasión sin fin? No tengo otra aspiración más que ella; mi imaginación no ve otra figura sino la suya, y todo el mundo a mi alrededor lo veo solamente en relación con ella. Y esto me procura entonces horas tan felices... ¡hasta que me tengo que volver a separar de ella! ¡Ay, Guillermo!, ¡a dónde me empuja mi corazón! Cuando llevo sentado a su lado dos o tres horas, y me he apacentado en su figura, en sus ademanes, en la expresión celestial de sus palabras, cada vez con mis sentidos más en tensión, mis ojos ensombrecen, apenas oigo, y siento como si un malhechor me estrangulara; luego, mi corazón, con latidos locos, trata de dar respiro a los sentidos oprimidos, y no hace sino aumentar su confusión... ¡Guillermo, muchas veces no sé si estoy en este mundo! Y -si a veces la melancolía no prevalece, y Carlota me concede el consuelo misericordioso de desahogar en llanto mi aflicción entre sus manos- luego tengo que marcharme, tengo que salir, y doy largas vueltas por el campo: mi alegría es trepar por una abrupta montaña, abrirme un camino por un bosque impenetrable, a través de setos que me hacen daño, y de espinas que me desgarran. Entonces me siento algo mejor: ¡un poco mejor! Y cuando me tiendo a veces por le camino, fatigado y sediento, y se eleva sobre mí la luna llena, o me siento en el bosque solitario sobre un árbol desmochado, para procurar algún alivio a mis pies llagados, entonces me adormezco en la penumbra con una calma desfallecida. ¡Oh, Guillermo!, el vivir solitario en una celda, el vestir áspero pelo y llevar cilicio serían delicias por las que anhela mi alma. ¡Adiós! A esta desdicha no le veo otro fin que la tumba.
¡Tengo que marcharme! Te agradezco, Guillermo, que hayas decidido mi vacilante resolución. Ya hace catorce días que doy vueltas a la idea de dejarla. Tengo que marcharme. Ella está otra vez en la ciudad con una amiga. Y Alberto... y... ¡tengo que marcharme!(...).

Johann W. GOETHE (1749-1832). Los sufrimientos del joven Werther.

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